Vamos a contar mentiras (primera parte)

Con AMLO desde sus ideales hasta su carta al Rey de España y al Papa Francisco son mentiras.


AMLO y sus mentiras


“Todavía, aunque se niegue, hay heridas abiertas. Es mejor reconocer que hubieron (sic) abusos…” (AMLO). Esas heridas, si acaso las hay, son auto-infligidas por el señor Presidente y por esos millones de mexicanos que fueron instruidos en la mentira de la historia oficial. Son producto de la ignorancia de la verdadera historia, de una historia deformada por intereses políticos, una historia oficial que tuvo por objeto mantener el control político del PRI, en el fraude electoral y en el fraude a la verdad histórica (hay que recordar que López fue y sigue siendo priista de corazón); es, en resumen, una historia plagada de mentiras y de medias verdades. Supongo que López Obrador y su señora esposa se creen a pie juntillas lo que dijeron en sus muy desafortunadas cartas al gobierno de España y al Papa Francisco. De la carta a este último, no sabemos nada, pero nos imaginamos que no debe diferir mucho de la otra que sí conocemos. También es muy probable que, lo que señaló atinadamente el escritor español Pérez Reverté, sea la verdad: “Si este individuo se cree de verdad lo que dice, es un imbécil. Si no se lo cree, es un sinvergüenza”.

Empecemos por lo obvio. México no fue conquistado porque no existía. Aquí había un mosaico de culturas, de pueblos, de tribus, que no tenían ni idea de lo que era una nación. Los aztecas (mexicas) conquistaron, 200 años antes de la llegada de los españoles, a los pueblos originarios del Anáhuac y expandieron su poder hasta los océanos. Y España todavía no era España, era Castilla. De acuerdo con la lógica histórica de AMLO, los descendientes de los aztecas deben pedir perdón a los descendientes de los nahuas, de los texcocanos, de los zempoaltecas, de los cholultecas, de los totonacas, etc., por los horribles abusos cometidos por los conquistadores aztecas. Aquí entre nos, señor López, ese discurso “reconciliatorio” es una verdadera locura, por no decir una gran estupidez.

Por otra parte, todos los historiadores están de acuerdo en que, sin la ayuda de los indios, no hubiera podido triunfar Hernán Cortés. El señor presidente López Obrador tuvo muy mal tino, de acuerdo con sus intereses histórico-políticos, en hacer coincidir el anuncio del envío de las susodichas cartas con la conmemoración de la batalla de Centla, porque resulta en esa batalla fueron derrotados los tlaxcaltecas (un autogol, para que me entienda) y, como consecuencia, el jefe de los derrotados le regaló a Cortés 20 mujeres, entre ellas a Malinali (o Marina) -no Malinche, porque este nombre significaba extranjero y el verdadero “Malinche” era pues Cortés. Debido a su derrota (no más de cuatrocientos, unos cuantos caballos y no todos soldados), los indios le propusieron a Cortés una alianza para quitarse de encima el terrible yugo de los aztecas.

Está perfectamente documentado por la historia (los mismos indios contemporáneos son testigos) y la arqueología (se han descubierto recientemente cientos de cráneos de mujeres y niños en las excavaciones del Templo Mayor), que los mexicas mantenían a los tlaxcaltecas bajo un régimen de terror con las “guerras floridas”, cuyo objetivo era, además de cobrar impuestos y de tomar prisioneros de guerra, secuestrar a las doncellas y a los niños tlaxcaltecas, para ofrecerlos en sacrificio a su dios sanguinario Huizilopochtli. Los pueblos indígenas que acompañaron a Cortés en la toma de la Gran Tenochtitlan, se atribuyeron a sí mismos la victoria, sobre sus despiadados opresores. Fue una verdadera liberación para ellos. De ahí la famosa frase que dice que “los indios hicieron la conquista y los españoles la independencia”. Es cierto que los conquistadores, pero especialmente los misioneros, cambiaron esas abominables costumbres de los sacrificios humanos y de la antropofagia, por el Sacrificio de la Cruz.

Ciertamente, como en toda conquista en la historia de la humanidad, hubo abusos. Pero quizá AMLO y compañía no sepan que a los españoles (porque poco a poco se consolidó España como nación) les debe México mucho más que enfermedades y saqueo de oro. A ellos debemos una enorme cantidad de bienes y de servicios. Productos que, hasta la fecha, han enriquecido la dieta de los mexicanos, por ejemplo: muchas especies de legumbres, el trigo, el arroz, los cítricos, las peras, las manzanas, los higos, los duraznos, etc. También trajeron la ganadería, porque no había ni vacas, ni ovejas. El caballo llegó de Europa facilitando enormemente la comunicación, además de que a la larga también influyó en el deporte y la diversión (por ejemplo, del jaripeo). El burro y la mula representó una verdadera liberación para los indios que transportaban pesados objetos (tamemes) en sus hombros y espaldas. Además, estos nobles animales acompañaron a los misioneros jesuitas en su extraordinaria epopeya de colonización y evangelización de miles de quilómetros de la costa del pacífico de la Nueva España.

Y qué decir del cerdo, que es parte muy importante de la comida mexicana. Además, les debemos la enseñanza del labrado de maderas; de la técnica de la metalurgia que formaba parte de la enseñanza de artes y oficios, como también la fabricación de objetos de cerámica y el aprendizaje de técnicas avanzadas de explotación de la minería; la construcción de acueductos (a la romana); de pueblos y ciudades de gran belleza (donde se fundaban ciudades, aparecían hospitales, en los que se curaba a españoles, indios, mestizos, negros y mulatos sin distinción); también la construcción de embalses o presas; de molinos de trigo; el uso industrial de la pólvora, etc., sin olvidar, por supuesto, el uso de la rueda (desconocida por los pueblos originarios) y el establecimiento de la moneda y de la banca.

La segunda parte será publicada el viernes 12 de abril.

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