Pablo el caminante eterno, capítulo LVII. Pablo y el esclavo

Pablo, durante su estancia en la prisión de Roma, conoció a Onésimo, quien era un esclavo perseguido y logró conocer el Evangelio gracias a las reflexiones del caminante.


Pablo y Onésimo


Durante su prisión en Roma Pablo siguió trabajando enormemente por la evangelización y de ese tiempo en cautiverio salieron valiosísimas enseñanzas, sobre la redención, la Iglesia y la misma familia cristiana, mensajes que han sido bases para el desarrollo de la teología en estos tres temas fundamentales para el cristianismo.

Pero también hay una bella historia que se desarrolla referente a un esclavo llamado Onésimo. Filemón era un rico comerciante de Colosas que había adquirido en un mercado a un esclavo joven, inteligente y muy fuerte, y le dio el nombre de Onésimo que significaba útil. El joven esclavo un día robó algo a su señor y tuvo que huir llegando a Roma en calidad de fugitivo y, con la amenaza de ser tomado prisionero y castigado.

Filemón y su esposa Apía pertenecían a la comunidad cristiana y eran amigos de Pablo, que se debe haber hospedado algunas veces en su casa, por lo que el esclavo seguramente le conoció también. Sintiéndose perdido y sabiendo que Pablo se encontraba preso en una casa romana, se decidió a buscarlo. Un día se escucharon golpes en la puerta y Pablo abrió la misma, al ver al esclavo frente a él pensó que le llevaba alguna carta de su amigo Filemón.

Cuando Pablo le preguntó el motivo de su visita el esclavo se quedó perplejo, no sabía que decir, ya que si alguien tenía un encuentro con un fugitivo debería denunciarlo y sería marcado en la frente con un hierro candente con la f de fugitivo, y su dueño tenía el derecho de azotarlo hasta matarlo o mandarlo a girar las ruedas de un molino por el resto de su vida, así que pensó en ver que excusa podía inventar, pero conociendo a Pablo no se atrevió a mentirle y tuvo que confesarle la verdad.

La única posibilidad de Onésimo era ver si conseguía alguien que pudiera pagar su rescate, pero eso era una quimera, porque Pablo no tenía dinero para hacerlo. El apóstol aprovechó la oportunidad para decirle que, sí había alguien muy poderoso que podía rescatarlo, pero que lo rescataría de otro tipo de esclavitud, de la cual el mismo Pablo había sido liberado, y que ese poderoso señor era Jesús, para quién ya no había ni libres ni esclavos porque para él, todos los hombres eran iguales.

Pablo habló de la relatividad de la libertad de los hombres, porque cuando él era libre, entonces en verdad era esclavo, en cambio hoy prisionero, era un hombre libre, y que las marcas que se podían hacer a un hombre en la carne no eran nada comparadas con las marcas que se podían llevar en el alma por el pecado.

Onésimo se quedó un tiempo con Pablo y llegó el momento en que comprendió que ser cristiano era la única forma de ser libre. Así que le confesó a Pablo su convencimiento de las verdades que había escuchado de su boca durante ese tiempo.

En la religión pagana se podía cumplir con todo el culto a tus dioses, pero esto obligaba muy poco en conciencia para ser justo con los demás hombres, en cambio en esta nueva doctrina había que ligar ambas cosas, y esto incluía la ética social, así que Pablo le pidió a Onésimo que conforme correspondía a la ley regresara con Onésimo y aceptara el castigo que le correspondió si así lo decidía su amigo.

Pero Pablo no se queda en sólo cumplir con la ley, se va más profundamente a cumplir con la caridad y escribe una bellísimos carta a su amigo Filemón, donde le recomienda que reciba a Onésimo ya no como su esclavo, sino como un hermano en Cristo. Veamos el bello texto:

“Te ruego en favor de mi hijo, a quien engendré entre cadenas, Onésimo, que en otro tiempo te fue inútil, pero ahora muy útil para ti y para mí. Te lo devuelvo, a éste, mi propio corazón. Yo querría retenerle conmigo, para que me sirviera en tu lugar, en estas cadenas por el Evangelio; mas, sin consultarte, no he querido hacer nada, para que esta buena acción tuya no fuera forzada sino voluntaria. Pues tal vez fue alejado de ti por algún tiempo, precisamente para que lo recuperaras para siempre, y no como esclavo, sino como algo mejor que un esclavo, como un hermano querido, que, siéndolo mucho para mí, ¡cuánto más lo será para ti, no sólo como amo, sino también en el Señor! Por tanto, si me tienes como algo unido a ti, acógele como a mí mismo. Y si en algo te perjudicó, o algo te debe, ponlo a mi cuenta. Yo mismo, Pablo, lo firmo con mi puño; yo te lo pagaré… Por no recordarte deudas para conmigo, pues tú mismo te me debes”.

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