Pablo el caminante eterno, capítulo XXI. Concilio de Jerusalén.

En el otoño del 48 Pablo emprendió el camino a Jerusalén en compañía de Bernabé y un joven llamado Tito, que habría de tener un lugar destacado en la historia de la Iglesia. Pasaron por Fenicia donde visitaron a las comunidades de Tiro y Sidón, Tolemaida y luego llegaron por Samaria y Cesarea, en todas las comunidades hubo mucha alegría por la el crecimiento en número y el desarrollo de la espiritualidad entre todos estos nuevos miembros que procedían de los gentiles.


Pablo y Bernabé


Después de este recorrido que podíamos llamar triunfal llegaron Pablo y Tito a Jerusalén donde se desarrollaría el primer concilio de la Iglesia, que serviría como base y modelo para los posteriores. En la Iglesia de Jerusalén se identificaban tres grupos: Los apóstoles, el consejo de ancianos y los hermanos. Entre los apóstoles destacaban: Pedro, Santiago el menor y Juan.

Como es de suponer antes de tan importante evento compartirían todos unos ágapes y la eucaristía. Pablo y Bernabé hablaron de su misión y como el Espíritu Santo los inspiraba y el resultado eran muchas conversiones. Terminada su intervención el grupo radical de los que venían del fariseísmo mantuvo su posición sobre la necesidad de que los nuevos convertidos se circuncidarán. 

Llegó el día en el que se tenía que decidir sobre este asunto que tanto había inquietado a la Iglesia y que ponía en peligro su unidad. Tomó entonces la palabra Pedro, los del partido de los fariseos esperaban recibir el apoyo total del mayor de los apóstoles, sin embargo, con gran autoridad y con un discurso que es una obra maestra, habló de su propia experiencia: “Varones, hermanos. Vosotros sabéis que desde días antiguos Dios dispuso entre vosotros que los gentiles oyesen por mi boca la palabra del Evangelio y llegasen a la fe. Y Dios, que conoce los corazones, les dio testimonio dándoles el Espíritu Santo, del mismo modo que a nosotros, y no ha hecho diferencia entre ellos y nosotros, puesto que ha purificado sus corazones por la fe. Ahora, pues, ¿por qué tentáis a Dios poniendo sobre el cuello de los discípulos un yugo que ni vuestros padres ni nosotros hemos podido soportar? Lejos de eso, creemos ser salvados por la gracia del Señor Jesús, y así también ellos.

Después de esto la asamblea guardó silencio y escucharon a Pablo y Bernabé, que les narraron todas sus historias y los milagros que se habían hecho en la tierra de los gentiles. Los judaizantes esperaban recobrar terreno cuando interviniera Santiago, sin embargo, no saldrían de su asombro cuando el apóstol simplemente le dio la razón a Pedro, y solamente puso ciertas condiciones como la de no participar en las comidas de los sacrificios paganos, y no participar del desorden sexual en el que vivían muchos grupos de idólatras. 

Este fue un gran paso en la historia de la Iglesia, porque al quedar plenamente integrados los gentiles por la autoridad apostólica se incluían dos de los elementos con que la identificamos: católica, es decir universal y apostólica. 

Pablo y los apóstoles habían hecho muy bien su trabajo inspirados por el Espíritu Santo, ahora sería hora de continuar con la gran misión de llevar palabra de Dios a todas las naciones sin distinción de raza.

 

 

 

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