La ciudad del olvido

Todo es nuevo y extraño, flamante y sin referentes. Una ciudad triste.


La ciudad de lo nuevo


Leonia es una de Las ciudades invisibles de Italo Calvino (1923-1985), pero la verdad es que no me gusta nada; es más, la sola idea de que alguna vez mi ciudad pueda llegar a parecerse a ella me causa no sólo miedo, sino pavor.

¿Qué tiene Leonia que la hace tan terrible? Esto: que es una ciudad sin recuerdos y sin memoria.

«La ciudad de Leonia –escribe Calvino- se rehace a sí misma todos los días; cada mañana la población se despierta entre sábanas frescas, se lava con jabones apenas salidos de su envoltorio, se pone batas flamantes, extrae del refrigerador más perfeccionado latas todavía sin abrir, escuchando los últimos sonsonetes del último modelo de radio».

El pecado de esta ciudad consiste en no poder soportar lo viejo, en ser una ciudad de lo desechable, de lo eliminable. Nada sobrevive en ella al día de ayer.

En Leonia todo es nuevo cada día. Es una ciudad enferma de neofilia (enfermedad cuyo principal síntoma, dice Christopher Broker, que fue quien acuñó el término, es vivir en la angustia por estar al día en todo lo nuevo).

Las cosas, en Leonia, sólo duran veinticuatro horas:

«En las afueras, envueltas en tersas bolsas de plástico, los restos de Leonia de ayer esperan el carro de la basura.

No sólo tubos de dentífrico aplastados, lamparillas quemadas, periódicos, envases, materiales de embalaje, sino también celofanes, enciclopedias, pianos, servicios de porcelana: más que por las cosas que cada día se fabrican, venden y compran, la opulencia de Leonia se mide por las cosas que cada día se tiran para dar lugar a las nuevas. Tanto que uno se pregunta si la verdadera pasión de Leonia es en realidad, como dicen, gozar de las cosas nuevas y diferentes, y no más bien expulsar, apartar, purgarse de una recurrente impureza».

Leonia es la ciudad de la obsolescencia, la ciudad del olvido. Los objetos del día anterior son arrojados al cubo de la basura para ser reemplazados por otros nuevos que al día siguiente serán igualmente arrojados al cubo de la basura para ser reemplazados por otros nuevos que… Tirar, reemplazar, volver a tirar: he aquí a lo que se reduce la vida de los habitantes de esta ciudad furiosa.

En Leonia no hay objetos que recuerden nada porque todo es nuevo allí. La niña no verá otra vez la muñeca con la que jugó una tarde a la hora del crepúsculo; el enamorado no escuchará otra vez la canción que sonaba al fondo mientras declaraba su amor a la mujer de sus sueños, ni volverá a manejar el automóvil en el que se atrevió a ensayar su primer beso. Allí todo es nuevo y extraño, flamante y sin referentes. Una ciudad triste.

¿Cómo encariñarse con lo que se ha visto una vez nada más?, ¿cómo sentir afecto por lo que deberá arrojarse a la basura hoy mismo por la noche o mañana al amanecer?

«-Si tú quieres un amigo, ¡domestícame! –dijo el zorro al Principito.
»-¿Qué es lo que hay que hacer?
»-Hace falta ser muy paciente –respondió el zorro-. Te sentarás primero un poco lejos de mí, de esta manera, en la hierba. Yo te miraré con el rabillo del ojo y tú no dirás nada. El lenguaje es fuente de malentendidos. Pero cada día podrás sentarte un poco más cerca.
»Al día siguiente el Principito volvió un poco más tarde.
»Hubiera sido mejor volver a la misma hora –dijo el zorro-. Si tú vienes, por ejemplo, a las cuatro de la tarde, desde las tres empezaré a ser feliz. A las cuatro ya me agitaré y me inquietaré. Pero si tú vienes no importa cuándo, no sabré nunca a qué hora vestir el corazón. Hacen falta los ritos».

Si, por lo general, crear lazos es una cosa demasiado olvidada, en Leonia lo es mucho más porque en ella el mañana no es, como debería serlo, una continuación del ayer, sino un nuevo comienzo: en Leonia no podría nunca el Principito abrazar al zorro, pues cada tarde aquél se sentaría lejos, mientras éste tendría que resignarse a verlo con el rabillo del ojo. El amor es hijo del tiempo y la costumbre. Por eso me pregunto si en Leonia se tirarán únicamente los objetos –que forman una montaña gigantesca en las afueras y que son el orgullo de la ciudad-, o si se tirarán también, con la misma despreocupación, con el mismo orgullo, amores, amistades y cariños. Esto no lo dice Calvino, pero en un lugar donde tirar y reemplazar es tan sencillo, tal eventualidad no me parece nada absurda. Los habitantes de Leonia, ¿también harán cada día una limpieza del corazón?

«Tras cada visita al bar se acostaba con una mujer distinta, pero nunca se quedaba toda la noche. No quería despertar al lado de una desconocida; tenía miedo del desencanto que trae la mañana, de la visión de una cara sin maquillaje y para él espantosa. Cambiaba de restaurante con frecuencia, para conocer mujeres nuevas y también para evitar reencontrarse una noche con alguna conocida». La descripción de los hábitos sexuales de este hombre llamado Hans-Peter Dallow aparece en una novela de Christoph Hein, el escritor polaco de lengua alemana, titulada Por tocar un tango. Pues bien, exactamente así me imagino los hábitos sexuales de los habitantes de Leonia, ciudad donde el amor no puede existir, sino sólo el placer.

A los hombres y mujeres de esta ciudad no puedo imaginármelos más que solos, depresivamente solos y enormemente tristes.

 

@yoinfluyo

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* Las opiniones expresadas en esta columna son de exclusiva responsabilidad del autor y no constituyen de manera alguna la posición oficial de yoinfluyo.com

 

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