¿Qué hacemos los mexicanos: desear o esperar?

Esperar o desear: México ante la presidencia de AMLO.


Desear o esperar de AMLO


Esperar y desear son dos actividades humanas muy importantes. Ejercitamos ambas de tal modo que con frecuencia se traslapan y hasta llegamos a pensar que son la misma cosa. Hay, no obstante, una diferencia esencial entre las dos.

Esperar es una conducta que se orienta hacia la posesión, disfrute o padecimiento de algo de cuya existencia estamos ciertos. Nadie espera algo que no existe. Nadie espera que un bebé de tres meses empiece a caminar y correr porque a esa edad no existe aún la capacidad de hacerlo. El niño hambriento a la puerta de la panadería no espera que el propietario de la misma salga de repente a regalarle una bolsa de pan, a menos que sepa con certeza que el dueño tiene la buena costumbre de regalar pan entre los pobres todos los días a determinada hora. La existencia real del objeto de nuestra espera, claro, no requiere haber sido previamente experimentada por nosotros en forma personal. La autoridad o confiabilidad de otras personas pueden suplir la experiencia personal. Lo importante es que quien espere lo haga sabiendo que el objeto de su esperanza no es una mera ilusión, un sueño o una alucinación.

La acción de desear, por el contrario, si bien frecuentemente va paralela y hasta llega a confundirse con la espera, no necesariamente persigue un objeto existente en la realidad. Es perfectamente posible desear algo de cuya existencia no se tenga ninguna garantía, ni directa y personal ni a través de terceros. Es factible, por ejemplo, desear vivir en un planeta donde las condiciones de vida sean mejores que en la Tierra. O también es posible desear aquello que, no obstante ser algo real, que existe de verdad, nos es imposible alcanzarlo con los medios a nuestro alcance. Como la madre del niño enfermo que desea la curación milagrosa de su hijo al que se le ha detectado una enfermedad incurable. La fe puede convertir este tipo de deseo en esperanza.

Hoy toma AMLO posesión de la Presidencia de la República. ¿Cuál es la actitud general del ciudadano mexicano medio ante este acontecimiento? ¿Esperar o desear?

Definitivamente, lo que mayormente movió a los que votaron por el desde hoy Jefe del Ejecutivo Federal es el deseo. El cumplimiento de las mil-y-un promesas de campaña del candidato es algo que aún está por verse; depende de un temperamento, de una preparación y de unas capacidades de gobierno que no parecen caracterizarlo. Sus capacidades administrativas, políticas, sociales, culturales, económicas y hasta morales (basta ver de quién se ha rodeado para gobernar) para llevar esas promesas a cabal cumplimiento son francamente deficientes. Lo único con lo que contaban los ciudadanos para confiar en AMLO es su terquedad en buscar la presidencia y sus reiteradas denuncias contra la corrupción reinante en el país. La historia política y de gobierno del candidato López Obrador tampoco brindaba una garantía de estabilidad personal; sus saltos del PRI al PRD, y su desempeño como cabeza de este partido, además de sus flagrantes violaciones a la ley, deberían haber sido un desalentador poderoso para cualquiera a la hora de votar a su favor. Pudo más el deseo ciudadano de un cambio. No se puede hablar, en estas condiciones, de una esperanza real.

Los diversos sucesos que han venido aconteciendo en el escenario político nacional a partir de la toma de posesión del actual Congreso de la Unión tampoco ayudan a garantizar la existencia real de posibilidades de un cambio positivo para el país. La subyugación servil de la bancada de MORENA al Poder Ejecutivo quedó evidenciada en la Cámara de Diputados con el canto de “Las Mañanitas” a su líder absoluto en el cumpleaños de éste. Los disparates que han venido constituyendo la característica más sobresaliente del desempeño de esa bancada y de su hermana en el Senado de la República no auguran que haya algo que esperar de ellas.

Algunos lugartenientes importantes de AMLO han dicho o hecho cosas que asustan a la ciudadanía, impidiendo que el deseo se convierta en esperanza. La cruda irresponsabilidad antirrepublicana del senador morenista, Félix Salgado Macedonio –quien declaró que a los gobernadores que no acepten a los delegados creados por AMLO habrá que destituirlos– dejó intranquilos a la mayoría de mexicanos, sobre todo a quienes vislumbran las desastrosas consecuencias que para la República traería la implementación de tal insensatez.
Pocos días después, otro cercano consejero del nuevo primer mandatario, el ya famoso Paco Ignacio Taibo II, elegido por AMLO como director de la empresa editorial más famosa del país, apareció en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara fanfarroneando que él, quien por ley no puede ocupar ese puesto, de todos modos lo va a hacer porque MORENA con su victoria en las urnas conquistó el derecho de cambiar las leyes a su arbitrio. Para expresar esa idea, sin embargo, el interfecto no se ayudó de formulaciones legales sino del vocabulario empleado en los arrabales cuando una pandilla vence a otra. Ganar –para muchos satélites de AMLO– equivale a subyugar, convertir en víctima, en esclavo, al vencido. Fue la expresión elegida por Paco Ignacio Taibo II la grosera y desalmada de un gañán callejero que tiene al adversario tumbado y sofocado con la rodilla sobre su cuello; del macho violador contemplando a la mujer recién violada. ¿Ese señor va a dirigir la empresa estatal encargada de publicar las obras de mayor nivel cultural en el país?

¿Y ya para qué ahondar en los demás desatinos de AMLO: las “consultas”, la cancelación del NAIM, el Tren Maya, etc., etc.? Las pérdidas económicas y la pésima imagen internacional del nuevo gobierno mexicano causadas por esos caprichos son ya la comidilla, y el temor, de propios y ajenos. No es de asombrarse que el precio del dólar ande en las nubes. Ni siquiera perdonó el nuevo presidente la burla a los sentimientos de la ciudadanía; el haber invitado a Nicolás Maduro a su toma de posesión levanta la indignación de todos.

Todo parece indicar que lo que podemos hacer los mexicanos a partir de este 1 de diciembre de 2018 es desear que las cosas funcionen bien. Esperar, lo que se llama esperar, no es posible. Excepto, claro, que lo que esperemos sea un milagro. Y por lo menos los católicos sí lo esperamos. Sabemos que tenemos una poderosa intercesora en María de Guadalupe. Y también sabemos que el milagro, de darse, no afectará únicamente al presidente. México no cambiará si sus ciudadanos no cambiamos. Cuando cada mexicano haga lo que le corresponde hacer para construir el Bien Común, y lo hace como debe hacerlo, en el momento en que debe hacerlo, entonces “retoñará la higuera seca”, como le dijo su nana a Felipe de las Casas, san Felipe de Jesús, que sucedería cuando él se transformara de jovenzuelo egoísta e irresponsable en un santo.

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